martes, 1 de abril de 2008

No lo vamos a extrañar!!!

No vale un término festivo porque no fue, después de todo, un día para festejar en el fútbol mexicano. Se rompió el proceso y se aceptó el fracaso.

Hugo se fue porque tenía que irse. Porque la magnitud del fracaso, calculado en lo económico pero no estipulado en el daño deportivo que le hizo a toda una generación, parece inadmisible para lo que el fútbol de México sueña como su nuevo futuro de gloria y éxitos.

Lo de Hugo pareció ser, desde el principio, un movimiento más atractivo en la parte comercial y mediática que una apuesta meramente deportiva. Más allá de aquel bicampeonato con Pumas, él no tenía los argumentos, el conocimiento, la experiencia y la capacidad para dirigir en la cancha a una selección.

Hugo fue más de lo que realmente era y todo gracias al mantenimiento de una imagen sagrada -para muchos mexicanos- que se ganó con justicia en sus días de jugador, pero que al mismo tiempo en que le ayudaba, ese destello de soberbia no le permitía entender que trabajar en una selección era una historia diferente a lo que sucede en un club y que mientras más ayuda tuviera, estaría mejor preparado para afrontar los retos.

A Hugo lo mató su propia soberbia, una compañera inesperable de su vida.

Durante 14 meses cometió los peores "pecados capitales" que pueda cometer un entrenador. Los resultados no le ayudaron -la eliminación para la Copa Confederaciones y la eliminación para los Juegos Olímpicos de Beijing 2008- dolieron en exceso en la cúpulas directrices. México estaba retrocediendo en lugar de avanzar y aunque Hugo significaba mucho en lo económico, también había dado golpes contundentes a la caja fuerte no poniendo a México en los dos eventos internacionales antes mencionados.

Se supone que su personalidad, su liderazgo y su experiencia en grandes vestidores -el del Real Madrid- serviría para encabezar una campaña de motivación y de mentalidad que provocara un crecimiento en el jugador mexicano. En lugar de eso se peleó con los lideres de la selección -Carlos Salcido y Pável Pardo- e incendió a la generación Sub-23 -culpando a los chicos - después del fracaso en el Preolímpico de Carson.

El fútbol mexicano no iba a ninguna parte con él. Eso está claro. Se agotaron las promesas, se marchitaron las oportunidades y se secaron las ilusiones comunes.

Nadie puede considerar este día como una jornada festiva. Se rompió un proceso, se rompió un proyecto, se rompió un sueño, se rompió una ilusión. No se debe festejar la salida de Hugo, pero tampoco, téngalo por seguro, lo vamos a extrañar...

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